Eclipse Total de Sol 11 de agosto de 1999

En 1999 el grupo Mahelios de la SMA formado por algunos miembros, tuvo la oportunidad de observar y estudiar un eclipse total de sol. Este fue el famoso eclipse total del 11 de agosto de 1999, que atravesó gran parte de Europa. El equipo de la SMA se desplazó hasta Hungría, concretamente a la región sureste del país, donde se realizó la observación, en óptimas condiciones. La expedición, bautizada Mahelios’99 acrónimo de Málaga y Sol, nos dejó a todos los que formamos parte de ella, un maravilloso recuerdo.

La aventura Mahelios (Málaga y Sol) nace en el seno de la Sociedad Malagueña de Astronomía apenas unos días antes del novilunio anterior al esperado eclipse de fin de milenio. El equipo se propone observarlo desde Hungría y comienzan los preparativos. Después de deambular por infinidad de organismos y entidades públicas y privadas conseguimos financiar una parte del coste por la Junta de Andalucía. El delegado de la Agencia del Medio Ambiente, Ignacio Trillo, está interesado en la repercusión del fenómeno en la fauna y flora. En Málaga, al mismo tiempo, aunque el eclipse se verá parcial, se anotará el comportamiento de las aves acuáticas en la Laguna de Fuente de Piedra y en la de Campillos; de las aves rapaces en el Desfiladero de los Gaitanes, en la Serranía de Ronda y en la Sierra de Crestellina; y de la cabra montés en la Sierra Tejada y Almijara.

La expedición se propone tomar nota sobre el comportamiento de las aves acuáticas ante el eclipse junto a la orilla de Belso-tó, una laguna en el interior de la península de Tihany en el lago Balaton. Donde, a pesar del enorme turismo que soporta el mayor lago de Europa Central, aún se puede encontrar una importante reserva ornitológica.

Caso de tener condiciones atmosféricas abversas, contábamos con una baza a nuestro favor. Otro lugar interesante para observarlo eran las lagunas Fehér-tó al norte de Szeged. La banda de sombra las atravesaba de oeste a este y allí también coexisten diferentes tipos de aves acuáticas.

Al llegar a Budapest nos dirigimos a la Embajada Española donde fuimos amablemente atendidos por el Embajador en funciones, Jose María Valdemoro. Desde allí contactamos con con el Servicio Meteorológico y las predicciones para el día 11 eran «cielo cubierto en toda Hungría con posibilidad de cielos despejados en la zona de Szeged». A partir de este momento nuestros planes dieron un giro de 180 grados y nos dirigimos al sureste de Hungría.

Realizado un reconocimiento de la zona el martes, día 10, y habiendo tomado fotografías de las aves de las lagunas, nos instalamos en un pequeño camping cercano en Sándorfalva. Pero entrada la noche nos sorprendió una inoportuna tormenta eléctrica. Algunos componentes del grupo, dirigidos por Pepe Ramos, aprovecharon la ocasión para cazar algunos rayos en sus cámaras. Sin embargo, los ánimos van decreciendo conforme vemos como se va constituyendo ante nosotros una enorme borrasca. Todos los campistas allí instalados han venido para lo mismo: observar el eclipse. Provienen de muchos países diferentes. Entre ellos hay un grupo checo con dos meteorólogos: Martin Setvák y Karel Danihetka. Ambos se comprometen a estar en vela toda la noche para proporcionar a todos los interesados partes meteorológicos sobre la evolución de la borrasca. A través de Internet vamos viendo imágenes de las nefastas isobaras. Nos ofrecen diferentes partes objetivos de la situación: a las 2:00, a las 5:00 y de momento no hay nada seguro. Durante toda la noche se vive un ambiente inusual, nadie se preocupa de dormir, todos intentan colaborar, dar su opinión, animar a los demás. Las horas pasan y la situación no mejora. Comienza a amanecer, el cielo cubierto de grises nubes que presagian una inminente tormenta. A las 7:00 comienza la tormenta. A las 7:30 un nuevo parte anuncia el desplazamiento del frente hacia el nordeste. Una sonrisa ingenua se refleja en nuestros rostros. Nos vamos a desayunar al pueblo. Llegados a esta situación estamos dispuestos a hacer lo que sea con tal de ver el eclipse. Las 9:10, último parte y definitivo, Martín se atreve a decir con seguridad la frase que más tarde, a la finalización del eclipse, le convirtió en «el meteorólogo más feliz de Europa», según nos confesó personalmente: << a 50 km al oeste, sin llegar a cruzar el Danubio, debe encontrarse un claro en el cielo >>. Sin pensarlo dos veces salimos disparados en coche por las carreteras comarcales situadas bajo la línea imaginaria del centro de la banda de sombra. Al principio todo está gris, viajamos bajo la lluvia, los coches salpican a su paso el agua acumulada sobre el piso de la calzada. Después de avanzar algunos kilómetros se nos aparece un claro de cielo al final de esa interminable carretera recta sobre la Gran Llanura húngara. Parece que estamos atresando un túnel y al término el día es hermoso. El tiempo transcurre, falta escasamente una hora para que comience el primer contacto. Nos acercamos a Kiskörós y ha dejado de llover. Hemos llegado ya y atravesamos la ciudad.El guardia municipal esta muy alterado: nunca había visto tanto tráfico en el cruce. Son la 10:50, nos damos un margen de 10 minutos para encontrar un sitio de observación. Probamos por varios carriles estrechos y pequeños, transitables apenas unos metros. Todos están ocupados, en cada uno hay un coche y alguien dispuesto a ver el eclipse. Son las 10:55, damos media vuelta, tomamos otra carretera y vamos a una zona de cultivo. No parece haber nadie. Inmensos campos de labranza que se confunden con el horizonte. No es el lugar idóneo para hacer un seguimiento del comportamiento animal. Tuvimos que abandonar sin remedio las lagunas de forma inesperada y precipitada. El estudio de la repercusión del eclipse sobre la fauna y flora se vió truncado por las condiciones atmosféricas adversas.

Por un carril arenoso encontramos una parcelita donde decidimos aparcar. Son las 11:00, el tiempo que nos concedimos se terminó y habíamos encontrado el lugar perfecto. Comenzamos a instalar el material que tanto trabajo nos costó transportarlo durante todos los traslados realizados en el viaje. Francisco Gálvez y Pepe Ramos se ocuparon del montaje del telescopio refractor de 80 mm de la Sociedad, al que le acoplaron una cámara fotográfica a foco primario, una Nikon con un teleobjetivo de 400 mm y otra cámara con un objetivo de gran campo, tomaron excelentes imágenes de la corona solar. Isidro Almendros que se ocupó del ETX 90, que nos cedió amablemente nuestro socio Javier Garcerán, en el cual se instaló otra cámara, hizo un seguimiento perfecto de la fase de parcialidad del eclipse. Blanca Troughton montó una cámara Minolta con zoom 100-400 mm sobre un trípode para fotografías de alta velocidad, ocupándose en captar las protuberancias solares, las perlas de Baily y el anillo de diamantes. Elena Miranda a cargo de la cámara de vídeo para el registro de la disminución de la luz, tomó impresionantes imágenes que nos hacen apreciar la llegada de la noche en pleno medio día. Juan Carlos  con el fotómetro recogía la lectura de la luz diurna, al mismo tiempo que nos informaba exactamente del avance de la sombra sobre Europa. Gonzalo Carreras encargado del cronometraje y Daniel Pérez del reportaje de los trabajos de la expedición. En fín, tres horas de un intensísimo trabajo, recompensado con creces por la magnificencia de un eclipse solar. Las nubes se presentaron al final de la segunda fase de la parcialidad. Habíamos observado todo el evento a pleno cielo totalmente despejado. Había sido un éxito. Tanto esfuerzo había merecido la pena, sin duda.

Los objetivos han sido:

  • Toma de tiempos contactos
  • Registro fotográfico
    • Eclipse
    • Entorno
  • Registro en video:
    • Eclipse
    • Llegada de la sombra en el horizonte.
    • Registro de variables atmosfericas durante el eclipse:
  • Temperatura, humedad relativa y luminosidad ambiente.
  • Observación del comportamiento de las aves acuáticas ante el eclipse.

El Eclipse visto por…

Blanca Troughton

Transcurridos ocho largos años veo de nuevo al Sol y a la Luna camino de encontrarse en conjunción perfecta con la Tierra. La última vez que los ví juntos en armonía fue en México en 1991, ahora estamos en medio de la Gran Llanura húngara. Los tres astros más influyentes para el ser humano están otra vez alineados sobre un mismo plano y nos encontramos en el centro perfecto de la línea que une al Sol con la Luna. A mis compañeros y a mí nos rodea un halo mezcla de misterio, fusión cosmológica y tensión nerviosa. Misterio que lleva en sí un eclipse solar unido a coincidencias y sensaciones profundas; fusión cosmológica producida por percibir el verdadero y armonioso movimiento celestial del triángulo, ahora degenerado, Sol, Tierra, Luna y nerviosismo provocado por el ansia de observar el evento a cielo descubierto, huyendo de los rayos de la noche anterior y de la tormenta del amanecer.

La Luna iba acercándose al Sol y aún estábamos bajo la lluvia, mientras los coches iban a cien por carreteras estrechas que enfocaban de forma inequívoca a un claro de cielo, símbolo de nuestra esperanza. Ráfagas de agua evidenciaban nuestro paso como si del presunto eter se tratara. Y al fín alcanzamos la luz, hemos sido más rápidos que los cielos, ¡qué sosiego sentir sobre mi piel los rayos del Sol!

Faltan algunos minutos para entrar en la línea perfecta de la unión. Juan Carlos, como si estuviera por encima del Sistema Solar relata el paso de la sombra sobre el planeta Tierra. Pronto va a cubrirnos y nos preparamos para ello. Su voz suena como si proviniera del más allá, parece un ser flotante, ingrávido, capaz de verlo todo. El resto, atraídos por la Tierra, esperamos el enlace nupcial de Helios con Selene. La luz iba disminuyendo paulatinamente y se tornaba grisácea, casi plateada, lo invadía todo y en cualquier dirección. No se puede asemejar a un atardecer, ni a un día sin sol, ni a un ambiente neblinoso, ni a una noche de Luna llena, ni a nada. Es una luz única, unida al Sol y a la Luna. Luz de plata que invade al dorado Sol y por unos instantes lo domina y se apodera de él.

La sombra se acerca, la he visto ennegrecer las nubes por el horizonte e inmediatamente después a una velocidad inimaginable ya se ha apoderado de nosotros. Nos encontramos todos sumergidos en ella, vértices de un cono de sombra, víctimas de la noche más corta, ciento cuarenta segundos….

Ataviada como estaba con mi cámara, tuve tiempo de girar sobre mi misma barriendo los trescientos sesenta grados de un círculo completo observando el horizonte uniformemente iluminado. Después grité ¡ahí está Venus!. El astro vespertino-matutino se nos apareció desafiando al medio día. Tras él apareció Mercurio. Los dos planetas acompañaban al Sol como Ptolomeo los imaginó en su Sistema del Mundo.

Entre una toma fotográfica y otra tenía escasos segundos para observar el cielo en toda su amplitud y al Sol con su corona visual reinando sobre todos. La visión que he tenido del eclipse a través del teleobjetivo de la cámara no la he observado nunca jamás, ni en fotografías, ni en vídeos de este eclipse o de otros. Era posible ver al mismo tiempo las protuberancias y la corona con toda su majestuosidad y colorido, combinación imposible de captar mediante fotografía debido a que cada sección requiere una velocidad distinta de registro.

Un hermoso anillo de diamantes anunció el final del cono de sombra. Poco a poco la luz solar nos invadió, dejando la Luna a un lado. El cuerpo de Pepe, inducido por la conjunción fue atraído por la Tierra según la estela dejada por la sombra, sintiéndose en perfecto estado de fusión cosmológica. Al término cruzábamos las miradas y no se podía apreciar mayor satisfacción. Francis resplandecía. Isidro, Gonzalo y Dani no salían de su asombro. A Elena le brillaban los ojos. Era tal la energía que percibí en cada uno de nosotros que propuse hacer un círculo cerrándolo con nuestras manos. Permanecimos en silencio intentando devolver al firmamento lo que nos había entregado, después nos abrazamos y nos felicitamos. ¡Lo habíamos conseguido!

Este ha sido mi segundo eclipse total de Sol y aunque todos los eclipses son diferentes por las condiciones geográficas e intrínsecas de la Luna y el Sol, también son distintos porque yo soy distinta. Estoy segura de algo, no va a ser éste el último eclipse solar que vea y sienta.

Elena Miranda

No es tarea fácil contaros lo que vivimos aquel once de agosto en Hungría, pero es importante compartirlo con todos vosotros.

Primero teneis que sentir la ansiedad, la anticipación y los nervios que nosotros sentimos hasta tener los telescopios apuntando al Sol, rodeados de viñas y manzanos.

Cómo fue para mí, cómo lo viví

Yo tenía como tarea tomar fotos del entorno durante la totalidad y grabar en vídeo la llegada de la sombra, con una cámara cuya batería no habíamos podido cargar bien y que podía durar sólo unos minutos, así pues había que ponerla en marcha en el último momento. Cuando quedaba alrededor de un minuto no pude aguantar más: puse en marcha la grabación, orienté la cámara hacia el horizonte y…allí estaba, sobre nosotros, a nuestro alrededor, cayendo desde el cielo, la sombra de la Luna proyectada por el So ¡la totalidad!

Corrí a reunirme con los demás, ya que la cámara de vídeo estaba colocada a unos veinte metros de los telescopios, elevé la vista hacia el cielo…y me perdí, inmersa en el glorioso espectáculo de aquel disco negro rodeado de una corona de luz blanca, en medio de un cielo con ese azul oscuro e intenso que precede a la noche cerrada. Las voces de los demás me sacaron de ese estado casi de hipnosis -¡allí está Venus! – decían, y lo busqué con la mirada. Fue la única “estrella” que alcancé a ver durante la totalidad, ya que apenas pude apartar lo ojos del Sol eclipsado, salvo para hacer un par de fotos del horizonte, que a todo nuestro alrededor mostraba los colores de una puesta de Sol concentrados en una estrecha franja. Ni siquiera recuerdo con claridad en qué orden realicé aquellas dos acciones, tomar las fotos y buscar Venus, pues en mis ojos, mi mente y mi corazón sólo había sitio para una cosa: contemplar, casi sin respirar, aquel espectáculo celeste, mágico y sobrecogedor.

Cuando el Sol comenzó a destellar por un lado, apenas podía creer que hubieran pasado los dos minutos y pico de la totalidad, y cuando la luz volvió a iluminarnos, con el cielo de nuevo azul sobre nuestras cabezas, no pude hacer otra cosa que reir y mirar las caras de felicidad de los demás, que sentían lo mismo que yo. Y eso fue lo que compartimos al danos las manos: el asombro, la alegría, el sobrecogimiento…la magia. Las emociones eran tan intensas que compartirlas con lo demás fue una necesidad, al menos para mí: la mejor manera de empezar a asimilarlas.

Pasado el momento comenzaron las risas, los comentarios, las impresiones y los primeros pensamientos conscientes que recuerdo: que podía haber mirado el eclipse con los prismáticos, que estaban en el coche a un par de metros de mí, y que no había buscado estrellas durante la oscuridad. No lo hice, y es que no tenía voluntad propia durante aquellos dos minutos…pero no me importó. Era mi primer eclipse total de Sol, y me alegré de que dominara mis sentidos de aquella manera; los días siguientes, cada vez que cerraba los ojos y rememoraba lo que había visto, no podía sino sonreir y “acariciar” aquella imagen que ahora forma parte de mí.

Creo que todos los aficcionados a la astronomía, al menos los que voy conociendo hasta ahora, sentimos ese amor hacia las estrellas que nos lleva a vivir el cielo, no sólo a estudiarlo, y ver un eclipse total de Sol es, en mi opinión, uno de los espectáculos más impresionantes e intensos que nos puede brindar nuestra aficción.

Francisco Galvez

Me es difícil expresar las sensaciones que me acompañaron en el transcurso de la expedición Mahelios’99, y en especial en el momento cumbre que fue durante el Eclipse de Sol. Pero además no quisiera que este parezca un ejercicio narrativo y sensiblero. Lo que si puedo aseguraros es que estoy deseando volver a vivir la experiencia. Sin embargo, cuando pienso en el viaje, además de recordar los maravillosos, intensos y muy escasos minutos del eclipse, recuerdo como decía, los pequeños y no tan pequeños obstáculos que nos encontramos y que nublaban temporalmente los objetivos de la expedición. El pedido de 60 gafas para la observación del eclipse y el filtro de vidrio para nuestro R-80 mm. Se perdieron en Correos y llegaron tras nuestra partida. Nos costó encontrar una lámina de Mylar que mandamos pedir por un servicio de transporte urgente. Llegó dos días antes de partir. Así que las pruebas fotográficas para comprobar el equipo se realizaron el día anterior. En el aeropuerto de Madrid nos informaron de que podríamos tener problemas con el equipo de observación y fotográfico. Las nubes de la fuerte borrasca que barrió Europa Central en esos momentos y que fue la pesadilla de muchos observadores, nos empujaron a una carrera vertiginosa por las carreteras de Hungría en plena lluvia, en busca de un claro (me sentía como uno de los protagonistas de la película Twister, salvo que en vez de un tornado, buscábamos un claro),… El caso es que tras todo lo que conlleva un viaje como el nuestro; prisas, nerviosismos, preocupación,.. y después de la apoteosis final que es el mismo eclipse, en la vuelta me sentí demasiado relajado.

El eclipse fue sin lugar a dudas “sobrenatural” (entenderme bien), pero no hubiese sido lo mismo sin mis compañeros de expedición. Los ideales. Sólo echaba de menos a mi familia y a aquellos socios que por un motivo u otro no pudieron acompañarnos.

-¿Y Hungría? -Bien, gracias.

Juan Carlos

Hungría, camping Eurocamp al norte de Szeged, eran las 8:45 de la mañana. Todo el cielo se encontraba nublado. Llovía a mares. El meteorólogo checoslovaco, Peter, nos informaba de su predicción del tiempo para las próximas horas: malas noticias, el frente que nos barría hace unas horas pasaría para la hora del eclipse, pero se estaba formando un nuevo frente nuboso sobre Yugoslavia y se dirigía hacia nosotros.

Tras desayunar, Peter nos indico que el mejor sitio en todo el país para observar el eclipse se encontraba a unos 60 kilómetros al este de nosotros. Rápidamente cargamos los coches y salimos hacia el lugar indicado.

Nunca olvidaré la sensación de ir bajo la lluvia, con el asfalto mojado y conduciendo a 100 por hora por las estrechas carreteras secundarias en busca del, cada vez más cercano, claro en el cielo. A todos nos recordó a la película Twister cuando sus protagonistas buscaban tornados. Recuerdo asomarme por la ventana del coche, y ver como íbamos dejando atrás el frente nuboso. Conforme nos acercándonos al claro, nuestros ánimos iban en aumento, y cuando por fin sentimos los rayos del sol acariciando nuestra piel, estábamos muy excitados… ¡al final podríamos ver el eclipse!
Una vez en el lugar elegido, procedimos a instalar los telescopios, cámaras fotográficas, y demás instrumentos, a toda prisa ya que solo faltaban unos minutos para el comienzo de uno de los mayores espectáculos de la naturaleza.

Recuerdo que cuando terminé de pegar el filtro de Mylar a la ultima máscara, levante la vista al cielo y miré al Sol: ahí estaba la luna empezando a “comerse” el Sol, el primer contacto se había producido. Eran las 11:29. Entonces recordé que, en ese mismo instante, la sombra de la luna hacia su contacto con la tierra al sur de Nueva Escocia, en el Océano Atlántico, donde la sombra de la Luna comenzaría su largo recorrido sobre la Tierra, de más de 14000 km.

Mi misión consistía en tomar medidas de la iluminación ambiental mediante un fotómetro. Durante la parcialidad la luz del ambiente iba disminuyendo gradualmente, era una luz extraña, distinta a todo lo conocido. El fotómetro indicaba una rápida disminución de la luminosidad… Uno de los mayores espectáculos de la naturaleza estaba a punto de comenzar, un fenómeno que no olvidaríamos jamás.

Miré el reloj, eran las 12:30… estábamos a 21 minutos de la totalidad, la sombra debe estar sobre Francia y continua acercándose. El nerviosismo en los miembros de la expedición iba aumentando… para casi todos (excepto para Blanca) era la primera vez, nuestro primer eclipse total y no sabíamos muy bien lo que iba a suceder.

Recuerdo que durante la fase de parcialidad, las personas y los objetos de alrededor adoptaban tonalidades pálidas. Mientras, el fotómetro, seguía indicando una rápida disminución en el brillo del cielo, decreciendo más rápidamente cuanto más cerca de la totalidad nos encontrábamos.

El reloj marcaba las 12:50, la sombra de la luna debe de estar sobre el lago Balatón y nos alcanzaría en 50 segundos. Entonces miré hacia el horizonte y la sombra hizo su aparición oscureciendo las nubes, para después bajar hasta el suelo y barrernos a una velocidad de 2500 km. por hora. Rápidamente levante la vista hacia el cielo, esta vez sin filtro, y pude contemplar la corona solar resplandeciente alrededor de un circulo negro. Casi no podía creer lo que veía: el Sol totalmente oculto por la luna, un circulo negro en el cielo rodeado por una corona muy brillante. No hay palabras para describir lo que sentí en aquel momento. Todo el cielo se había oscurecido y se podían ver claramente Mercurio a la derecha y Venus a la izquierda del Sol. Un espectáculo indescriptible que no olvidaré jamás. Los gritos de jubilo, comentaros y saltos entre los miembros del equipo se sucedían uno tras otro. Se había hecho de noche en pleno medio día. Me gustaría poder expresar mejor lo que vi y sentí, pero es realmente difícil.
Durante la totalidad tuve la oportunidad de mirar a mi alrededor, en el horizonte, la luz que se filtraba desde más allá de la sombra lunar iluminaba las nubes, dándoles coloraciones muy diversas y hermosas: amarillo, anaranjado, rosado, como un atardecer que se extendiese circularmente a todo nuestro alrededor.

Finalmente quedé hipnotizado, mirando fijamente al sol eclipsado, hasta que un nuevo anillo de diamantes anuncio el fin de la totalidad y me despertó de aquel estado de hipnosis. Recuerdo que resistí todo lo que pude sin utilizar el filtro hasta que la luz se hizo demasiado intensa. Me pareció que la duración de la totalidad había sido mucho menor a los 2 minutos y 23 segundos cronometrados por Gonzalo.

Por momentos el horizonte oeste comienzo a hacerse mas claro, hasta que poco a poco el ambiente fue recobrando su aspecto normal. Al terminar, nos abrazamos y formamos un gran circulo mano con mano. Todos sentíamos lo mismo… estábamos empezando a asimilar la experiencia. Entonces recordé las palabras de Pepe Ramos en el camping, cuando nos resguardábamos de la lluvia, unas horas antes del comienzo del eclipse: “si supierais lo bien que va a salir todo…” y estaba en lo cierto, lo habíamos conseguido.

Isidro Almendros

Ya hacía algún tiempo que a todos nos inquietaba la paradoja de un eclipse total de sol, en Centro-Europa, período de vacaciones, y alguna otra circunstancia, que hacía de ese evento una ocasión única para sentirse bajo la sombra de la luna a mediodía. La idea de desplazarse en grupo, surgía de forma recurrente en los últimos meses, aunque el tema de su organización no acababa de cristalizar. Sólo un mes antes, en pleno frenesí de restauración del local, Blanca lo presenta como proyecto “Mahelios 99”, pese a la precipitación e incertidumbres, gracias al importante esfuerzo desarrollado por varios miembros de la S.M.A., el proyecto toma forma y se pone en marcha. Ocho socios, algunos a última hora, decidimos participar en tan interesante experiencia, formando la expedición días antes de la partida.

La visión de un eclipse de Sol es una experiencia única, la cual nos quedaremos siempre cortos en adjetivar de forma superlativa, el cúmulo de percepciones, sensaciones y emociones que se les suceden de forma precipitada a quienes viven la sombra del eclipse solo puede ser asimilada y analizada con el paso del tiempo, los estímulos ambientales, luz, color, temperatura, humedad, brisas, aparición y movimiento de sombras, respuesta de aves,… no pueden ser ordenados por los criterios perceptivos que nos son habituales, es por ello, por lo que nuestra conducta se modifica en ese momento, reaccionando de forma espontanea, generándose respuestas de escaso control ante el ambiente aturdidor en el que nos vemos sumergidos.

Con la huida de las sombras, aunque se siente un cierto alivio, no recobramos el equilibrio emocional dada la perdurabilidad de los estímulos a los que hemos estado sometidos.

Pero llegado a este punto, sería injusto para aquellos amigos, compañeros de la Sociedad y para nosotros mismos, pasar por alto un detalle, y menudo detalle, me estoy refiriendo al clima de confianza y camaradería que ha presidido desde la partida, hasta… creo que perdurará mucho tiempo. Hemos sido capaces de crear un gran equipo, haciéndonos todos partícipes de cuantas decisiones se han tomado, fuesen estas de mayor o menor trascendencia, y algo más importante aún, sentirnos todos corresponsables en la consecución del éxito, analizando todas las propuestas, sopesando y participando en absolutamente todo, desde los traslados de equipajes hasta los distintos niveles de observación, sintiéndonos y haciendo sentir a los demás protagonistas en la búsqueda de soluciones para la contribución al proyecto común.

Si la experiencia ha sido un éxito, que lo ha sido y sobresaliente, las relaciones interpersonales han contribuido a que el último eclipse del milenio sea para todos nosotros, los componentes del equipo “Mahelios 99” no solo un evento extraordinario sino además una vivencia entrañable.

Desde aquí el agradecimiento a todos los que desde Málaga nos han acompañado antes y durante el proyecto, y a todos ellos dedico estas líneas.